lunes, 21 de diciembre de 2009
Un nombre raro
Tenías una ensalada de fruta y te sentaste en el sillón de cuero. En primer lugar tenías una ensalada de fruta porque hacía ya unos años habías declarado en la mesa familiar que empezarías a ser begana. En segunda instancia comías esa ensalada porque te había agarrado algo de hambre. No todo en al vida eran reivindicaciones. Mirabas el recipiente de plástico y la proyección al mismo tiempo. La verdad que las naranjas estaban cortadas como el reverendo orto. Seguro había sido el hippie jovato que no sabías como pero vivía bajo tu mismo techo. Pensabas que había agarrado el mando de la cocina y estaba empezando a hacer todas esas boludeces que tanto te molestaban. Estabas segura de que una casa con más anarquistas y menos hippies empezaría por suvertir esa biblioteca con demasiado olor a ácidos. Mirabas a la ensalada y recordabas el porro que te acababas de fumar cuando fuiste a la terraza a buscar una cosa que ya no te acordabas cual era. Comías una uva y veías a tu vieja diciéndote: “ya no rompas más las bolas con esto de hacerte la revolucionaria”, advirtiéndote sobre el fatal destino que había tenido tu padre por jugar a la guerrita. Comías la ensalada de fruta, extrañabas a tu compañero y empezabas a tener demasiadas ganas de coger. Fuiste de nuevo a la cocina a dejar la cuchara para que la lave el designado en la semana. Volviste al sillón a ver la proyección a la que ya le habías perdido el hilo. Te acordaste de Bakunin y pensaste que era flor de cagón. Que te gustaba más Durruti aunque no sabías bien por qué. Pensaste en la notebook que tenías en tu pieza y temiste que algún día te la choreen. Te acordaste del día en el que el flaco de cresta te invito a comer verduras a esa casa con olor a huerta y detergente. Supiste que yo te estaba pensando y no hiciste nada. Me miraste con ojos de sorpresa y letanía.. Me empecé a ir de la casa y vos que justo esa noche no tenías ganas de dormir y militar a la vez. Querías apoyar la cabeza en la almohada y nada más. Esa noche te habías cansado un poco de no tener un minuto de paz burguesa. Sabías que al otro día te ibas a levantar, agarrarías cuatro retazos de tela, una bolsa de semillas y le enseñarías a cuatro pelotudos el arte de pintar remeras y sembrar sus alimentos.
domingo, 8 de noviembre de 2009
Un beso
Me acompañaste hasta la parada de la vía que corría por detrás de los galpones. Los pendejos seguían siendo pendejos. Jugaban a aquello que habían empezado a jugar cuando llegue al oeste y te salude con aquel beso en la mejilla. No me quiero poner en pelotudo, pero la secuencia fue dura. Porque vos sabías que ese beso de despedida me lo dabas por un consuelo. Sabías que yo lo sospechaba y no me animé a decir nada. Las cosas estaban demasiado enrarecidas para que encima me cuelgue de la rasta que tenías sobre la oreja derecha y te empiece a contar porque me había ido hasta allá además de por que me habías encandilado. Me miraste y supe que dudaste. Habrás pensado en varias posibilidades y entendiste que ese beso que todavía guardo era la mejor forma de terminar con esto sin decir una palabra. Que cualquier intento estaba de más. Pensaste en que el flaco que te estaba mirando no iba a ser tan pelotudo de confundirse. Que tenías ganas de dar ese beso. Que tenías ganas de que sea el último. Yo te miré y si bien me di cuenta como venía el asunto me prometí dártelo sin volver a pensarlo después. Las cosas pasan y uno sabe cuando se promete algo que no va a cumplir. No hubo un atardecer en que no haya extrañado la caricia que acompaño el movimiento de tu boca. El Bondi vino demasiado rápido. Te tuve que soltar la mano antes de lo que hubiese querido y saqué boleto de $1,60. Podría haber sacado de $1,10. Pero si yo te pudiese contar mi angustia entenderías la confusión.
jueves, 22 de octubre de 2009
“¿Cuándo?, Ahora”.
Se bajo de la bicicleta de amortiguadores altos. Supongo que después de mi indeseable pregunta, hizo todo para que esto tenga un final acorde a alguna circunstancia que pensábamos que habíamos vivido. Agarramos Bogotá derecho. El barrio se derrumbaba. La vida, que esta vez me había hecho un pequeño guiño, le volvió a buscar la quinta pata a la cosa. Caminamos unas cuadras. En ningún momento dejaste de mirar el manubrio de la bici. El viento empezaba a jugarle una mala pasada a esa pollera que tenías. Supongo que fue por esa misma pollera que empecé a pensar en que por ahí me empezabas a parecer tierna. Lo primero que recuerdo haberte escuchado decir fue que todo indicaba que la revolución estaba mucho más cerca que la última vez en que nos habíamos visto. Que te parecía que era ahora. Que si juntaban algunos flaquitos más la cosa iba a empezar a tomar otro color. Me pregunté si eras capaz de matar a una persona. Me contesté que probablemente. Hablabas como ninguna. Paraste en Campichuelo y Avellaneda y me dejaste la bici a cargo por unos minutos. El enorme graffiti que pintaste en el frente de esa casa me dio escalofríos. Por un momento lo volví a pensar, no te voy a decir que no. Volviste a cruzar la calle, con las manos manchadas de rojo. Te secaste en mi ropa a modo de chiste y decidiste continuar el camino.
La sentí muy cerca y muy lejos. Me saludó con un beso en las dos mejillas y entró. Se había perdido.
La sentí muy cerca y muy lejos. Me saludó con un beso en las dos mejillas y entró. Se había perdido.
martes, 1 de septiembre de 2009
Dante Panzeri
Mate de por medio leo a Dante Panzeri, periodista deportivo, amigo de la honestidad, de la critica, del escepticismo. Leo a Panzeri y me confundo, no logro entender, me asustan mis limitaciones. Antes de cualquier opinión, sepan disculpar lo desordenado de mi pensamiento, ni siquiera yo se decir bien hacia lo que apunto. Como hallar su pensamiento, como someterlo a una clasificación que por seductora no deja de ser ideológica. Quien fue Panzeri?, en los hechos uno de los mas renombrados periodistas de nuestros tiempos, de eso no hay duda. Pero mas allá de eso el problema está en como encasillarlo, en que habitáculo ponerlo, junto a quienes ponerlo. Un Panzeri capaz de criticar la corrupción, haciendo de la honestidad el valor trascendental, aquel que se anima a “detestar” el boxeo, nombrándolo como “Homicidio legalizado”, aquel dispuesto a denunciar los tejes y manejes de un comité militar, organizador del mundial de 1978. Aquel que supo describir como casi ninguno la psicología del jugador, que expuso con fundamentos propios los orígenes sociológicos de la particularidad del deportista latinoamericano, pero que a la hora de hablar de fútbol como deporte se quedo en la puerta, nunca ingreso, con obras literarias de poco vuelo, paginas y paginas para exponer pocas ideas. El fondo de la cuestión es este, y quizás mi escrito no aporte claridad, sólo confusión. Si alguien me pregunta por Panzeri como responderle…
-Dante, un gran crítico, honesto por donde se lo mire, amigo de causas perdidas, defensor de valores que se esfumaron
-si eso está claro, pero… el era periodista deportivo, de deporte, propiamente dicho, ¿en que innovo?
Allí es donde se presenta la duda, este es el momento en donde mi respuesta vacilaría, se quedaría sin palabras. Nuestro periodista deportivo poco tuvo para decirnos sobre el fútbol, cuando intento hacerlo lo hizo mal, muy mal. Defendió una causa que aunque noble, el tiempo se encargó de contrarrestar. Defendió un fútbol sin conducción desde afuera, sin “mentirosos vestidos de azul” (léase DD.TT). La realidad nos demuestra que se equivoco, y mucho. Se juega mejor al fútbol? Seguramente no, pero apuesto mis 8 materias aprobadas en la universidad que cualquiera de los actuales equipos supera claramente a aquellos exponentes de la belleza futbolística. Panzeri subestimó muchas de las cuestiones que hacen del fútbol de hoy, un juego más eficaz que el de ayer. Dante pecó de ingenuo. Por el afán de llevar su escala axiológica al fútbol, se confundió, equivocó conceptos. Nadie niega al fútbol como dinámica de lo impensado, nadie niega las miles de ideas y posibilidades que recorren la mente del jugador en una milésima de segundo antes de tomar una decisión, nadie niega esto. Lo que intento decir es que el tiempo (los años y años y más años de fútbol) nos demostró que quizás la cosa no es tan simple (o tan complicada, quien sabe), la cuestión es que tal como se nos presenta el fútbol en nuestros días el D.T se vuelve esencial. Ha dejado de ser ese 10% al que Panzeri se refería a la hora de aproximar valores de participación, el fútbol sin duda es la dinámica de lo impensado, pero el fútbol cuenta su vez con herramientas que me dan la chance de pensar que lo impensado puede reducirse a su mínima expresión, nunca neutralizado, pues al fin y al cabo hombres es lo que somos, y las 10000 posibilidades en la mente humana en una milésima de segundo seguirán estando. Me resulta muy difícil tener que aceptar esto, mi condición de hincha independiente, de paladar negro me hace inclinar por el buen juego, por el lirismo, me hace disfrutar más de un caño (aunque a Panzeri no le agrade demasiado el término) que de un buen cerrojo defensivo que me haga ganar partidos y más partidos. Si es que a mi me resulta arduo aceptar esto, imagino que la dificultad para panzeristas (en muchas cuestiones, no en esta, me considero panzerista) será aún mayor. Aceptar el derrumbe de una filosofía de la vida es complicado. Y digo filosofía de vida porque el paradigma futbolístico que Dante reivindica trasciende lo deportivo, se sitúa más allá, se dirige hacia las propias viseras de la existencia humana (y con esto no pretendo darle al fútbol el status de importancia que Panzeri detestaba, no es eso). La posición filosófica de Dante es clara, muy clara, hablar en nuestros tiempos de medios saludables para fines altruistas es casi como hablar de la Utopía de Moro. Nuestro periodista se niega a aceptar “las nuevas ideas”, porque sin duda alguna, las considera inmorales desde el plano axiológico. El buen fútbol (léase lo saludable) es a la vez un medio y un fin. El fin más adecuado para llegar a la victoria, pero también un fin en el sentido de lo estético, de lo bello, de lo saludable, del espectáculo que debe ser el fútbol señores. Hablar del medio como un fin en tiempos de férreos pragmatismos, de una existencia que apunta siempre al logro de aquello que se plantea como objetivo sin importar formas ni estéticas, mantener esa posición en épocas donde el mundo hablaba de Lorenzo, Zubeldía y sus innovaciones, es sin duda audaz e innovador por donde se lo mire. En su obra Panzeri llega a hablarnos de un nuevo sistema de puntuación que premiará a aquellos que más apuesten por el espectáculo, aquellos con más ambiciones para el triunfo, y que castigue a quienes escatiman, a quienes especulan, hasta ese punto llegó nuestro periodista “deportivo”. Panzeri ¿supo de fútbol?, decididamente no, cualquiera de los equipos que el pudiese formar, comandado por la camarillas de las que el tanto hablaba perdería por goleada contra cualquiera de nuestros modernos estrategas, eso es cierto. El verdadero aporte de Dante, estuvo en ir más allá de lo que todos veían, en descubrir la esencia del fútbol deporte por sobre el fútbol negocio. Panzeri choco con la inexpugnable barrera del auge de esas ideas, pero no le importó, siguió chocando, una y otra vez golpeó su frente contra el progreso, un progreso más eficaz pero menos feliz, un progreso que nunca volvió a dar alegrías al pueblo, un progreso éticamente impuro, que posicionó fines por sobre medios, un progreso que ingresó en el fútbol quizás para suicidarlo, y Dante lucho, sabiendo poco del tema lucho, y hoy a las puertas de la finalización de un nuevo mundial que de espectáculo dejo poco, parece haber ganado la batalla.
martes, 25 de agosto de 2009
Una feria
Tocaban una música que me sonaba a brasilera. En realidad no lo era pero no puedo agregar mucho más al respecto. La cosa era que estaba en esa fábrica recuperada por obreros, perdido en un mar de pasillos. Junto a mil tarados que cada vez se parecían más a mi. Volví a pensar en la locura y supe que estaba demasiado cerca.
Eran 2 flacos que hacían una danza en medio de una ronda con mates y galletas marineras. A decir verdad el baile me pareció bastante pelotudo, no conseguí ver ninguna destreza especial en aquello que hacían. Si encontré una persona y te lo quería contar. Quedate tranquilo que no me enamoré. Estos muchachos tocaban unas arpas o algo así. Eran ramas con forma de banana que unían sus extremos por una soga tensada. La mujer que estaba tercera contando desde el pelado que estaba en el medio dando gritos furibundos, tocaba una especie de cencerro tallado en madera. Por ahí es una boludes lo que te cuento. Pero no pude dormir las últimas tres noches pensando en esto. Pasa que esta mina estaba paradita ahí. Era la última de la hilera. La cosa tenía un funcionamiento bastante aceitado. El pelado cantaba una introducción y el coro que estaba a su alrededor agregaba instrumento en mano una frase que decía algo así como “Paranaya” y una melodía muy bien entonada. Debo confesar que sonaba muy bien. En un momento no pude disfrutar más ese coro. Porque empecé a pensar en esa muchacha que estaba última en la hilera. La observaba. Tenía un pañuelo floreado a modo de vincha. Era de tez oscura, casi morena. Tocaba el cencerro automáticamente. Nada de reflexionar acerca de su subjetividad, de su condición de artista. Te juro que se que no pensaba en nada. A decir verdad era la más linda del grupo de chicas. Por eso empecé a mirarla. Pero enseguida empecé a pensar esto del arte y la transformación. Eso que alguna vez le había escuchado decir a Pato. Mientras yo pensaba esto, ella no pensaba nada. Y por tres minutos ocupe su mente. Se que un ratito después mientras seguía tocando se empezaría a preguntar si estaba donde realmente quería estar. Si todo ese camino que había hecho lo volvería a hacer. Supe que había algo que muy allá en el fondo le hacía ruido. Que si sus padres la miraran en esa situación la cosa se complicaría todavía más. Pensaría que la vida tocando un cencerro no era todo lo que esperaba. Que empezaba a tener ganas de trabajar de recepcionista en el microcentro. Se volvería a preguntar si realmente tenía ganas de estar ahí parada. Y se respondería que si. Que le encantaba ser eso. Y que ahora iba a dejar el puto cencerro y se iba a poner a bailar en el medio de esa ronda tan desprolija. Se iba a poner a bailar y buscaría compinches. Y ensayaría pasos bastante locos. Y se reiría de todos los boludos que estábamos con nuestra birras en la mano esperando que nos llegue la muerte.
Eran 2 flacos que hacían una danza en medio de una ronda con mates y galletas marineras. A decir verdad el baile me pareció bastante pelotudo, no conseguí ver ninguna destreza especial en aquello que hacían. Si encontré una persona y te lo quería contar. Quedate tranquilo que no me enamoré. Estos muchachos tocaban unas arpas o algo así. Eran ramas con forma de banana que unían sus extremos por una soga tensada. La mujer que estaba tercera contando desde el pelado que estaba en el medio dando gritos furibundos, tocaba una especie de cencerro tallado en madera. Por ahí es una boludes lo que te cuento. Pero no pude dormir las últimas tres noches pensando en esto. Pasa que esta mina estaba paradita ahí. Era la última de la hilera. La cosa tenía un funcionamiento bastante aceitado. El pelado cantaba una introducción y el coro que estaba a su alrededor agregaba instrumento en mano una frase que decía algo así como “Paranaya” y una melodía muy bien entonada. Debo confesar que sonaba muy bien. En un momento no pude disfrutar más ese coro. Porque empecé a pensar en esa muchacha que estaba última en la hilera. La observaba. Tenía un pañuelo floreado a modo de vincha. Era de tez oscura, casi morena. Tocaba el cencerro automáticamente. Nada de reflexionar acerca de su subjetividad, de su condición de artista. Te juro que se que no pensaba en nada. A decir verdad era la más linda del grupo de chicas. Por eso empecé a mirarla. Pero enseguida empecé a pensar esto del arte y la transformación. Eso que alguna vez le había escuchado decir a Pato. Mientras yo pensaba esto, ella no pensaba nada. Y por tres minutos ocupe su mente. Se que un ratito después mientras seguía tocando se empezaría a preguntar si estaba donde realmente quería estar. Si todo ese camino que había hecho lo volvería a hacer. Supe que había algo que muy allá en el fondo le hacía ruido. Que si sus padres la miraran en esa situación la cosa se complicaría todavía más. Pensaría que la vida tocando un cencerro no era todo lo que esperaba. Que empezaba a tener ganas de trabajar de recepcionista en el microcentro. Se volvería a preguntar si realmente tenía ganas de estar ahí parada. Y se respondería que si. Que le encantaba ser eso. Y que ahora iba a dejar el puto cencerro y se iba a poner a bailar en el medio de esa ronda tan desprolija. Se iba a poner a bailar y buscaría compinches. Y ensayaría pasos bastante locos. Y se reiría de todos los boludos que estábamos con nuestra birras en la mano esperando que nos llegue la muerte.
domingo, 15 de marzo de 2009
Y al llegar otro febrero...
En este barrio el sol brilla tan fuerte que aturde. Pensalo bien, no te distraigas y solito te das cuenta. En este barrio, el pantano es la tentación más encantadora. Si te das vuelta, si te detenés debajo de una de esas arcadas los podés escuchar hablar. No hablan. Susurran. Una verdad, una canción, la más hermosa de todas las dignidades. Ellos están allí, el tiempo, los años le pasan por el costado, de vez en cuando hasta los pone sobre la banquina. Y cuando pensás que van a impactar maniobran, ma-nio-bran y se apoyan sobre esa rueda, justo esa rueda que de tan gastada daba pena.
En este barrio el sol suele ponerse en los atardeceres. Están quienes planean fugarse en barcos, y también quién critica al que se fue. La gente come como si fuera la última vez, aunque saben que no. Si alguna vez estas por ahí mirálos a los ojos, mirálos y empezás a entender un poquito más. En su barrio la violencia son bloqueos, amenazas y otras yerbas. De vez en cuando van a la playa, sólo cuando el mar los invita, sino le darán la espalda.
En este barrio la gente madruga. Hay quien cada vez que se levanta mira esa hermosa figura trazada por detrás de un edificio que parece estar a la altura de las circunstancias. Miran el edificio, resisten desde abajo, miran a ese hombre. Lo miran y lo ven cada vez más bello. Se rien, aún no lo creen. Si los agarrás desprevenidos hasta por ahí te sueltan una lágrima. Los ves con ganas de animarse. Hasta te podés enamorar
En este barrio la gente la suele pasar mal. Y al llegar otro febrero… para que decirlo. Se miran en los colectivos, en las calles, se preguntan entre ellos, pocas veces se hablan. “Y si estos tipos en vez de cuidarnos…” mejor no lo digas. Tampoco lo pienses. Empiezo a odiar este barrio, empiezo a amarlo cada vez más.
La gente de este barrio habla bastante de dinero, no siempre. A veces, sólo a veces de política. Quizás hasta te pueda decir que al dólar no lo adoran tanto como creeríamos vos y yo. La gente se chamulla, se miente hasta lo inverosímil. Se juegan malas pasadas, se gritan, se pelean y se vuelven a encontrar.
En este barrio hay mala gente. Pero esto si que no te lo puedo explicar. O mejor dicho si puedo, pero en realidad esto que te voy a decir no tiene nada que ver con la verdadera explicación. En este barrio a la gente no le alcanza, y a veces, de vez en cuando se quieren ir a la mierda. Y ahí los ves, con lenguas de doble filo y con un espíritu demoledor se le plantan a su existencia y le patean la puerta para que abra. Y si te das vuelta jamás te clavarán el puñal que nunca van a tener. Si algún día te llegas a dar cuenta hasta por ahí los termines admirando, no me preguntes por qué, pero en este barrio está el que cree que ese norte es la solución.
En este asfixiante barrio, los autos no corren y los balcones corean tu nombre. Este es el lugar de la suma de los azares. La mayoría de las cosas salen bien porque alguien así lo dispone. Empiezo a sospechar también, de que en realidad no existen tales disposiciones, que el azar es muchas veces la seguridad de que nada fallará, o que en realidad si es que alguna vez algo falla, será este mismo azar el que mire hacia el costado y se haga el boludo. A la gente de este barrio no le preocupa, o quizás lo disimulen. A esta altura que carajo puedo saber de esto.
Vos porque no lo viste, mejor ni te lo imagines. La ruta es hermosa. Si hasta en algún momento soñé con tirarme de ese bendito camión y caminar por entre esos montes y llegar ahí, a esa casa que nunca vi pero siempre supe que estaba, a esa casa, a esa enorme fogata con sabor a rev… ni se te ocurra mencionar la bendita palabra. Nunca me tiré, juro que lo pensé seriamente. Ese camión, si hubieses estado ahí, en ese preciso instante en el que vi su rostro. Lo observé agotado, inmutable. Si hasta le ofrecí un mate que amenazó con tirar. El río que justo atravesamos se negó a hablar y yo sentí que estaba donde quería, ahí en ese barrio, ahí donde todos se juegan la vida, ahí donde los camiones son cunas, ahí en ese apacible rejunte de febreros, porros y revoluciones. Lo dije.
Después claro, caminé más por este barrio, y llegué. Fue en esa calle que lo sentí. En realidad fue esa vereda la que me lo dejó bien clarito. Si en mi otro barrio estaba harto de pisar las entrometidas divisiones de baldosas. Adoptara el ritmo que adoptara de todos modos pisaría la maldita línea. Y acá, me vengo a encontrar con la que siempre busqué. Caminábamos juntos, yo sin pisar una línea, sin la más profana necesidad de aminorar el paso para no caer en la trampa que nunca había sido tendida. Y ahí si que me hundí en la certeza. Fue en ese momento cuando me vinieron todas estas ganas, fue ahí cuando necesite contarte que la cuadra que siempre me había estado buscando, por fin me había encontrado. La camine de punta a punta y fui feliz. Feliz por lo que vendría.
Si supieses las miradas que miré. Las canciones, los abrazos, las minitas y el quilombo de este pueblo.
En este barrio el humo llega en cuentagotas. Los héroes siguen siendo héroes que reposan intactos en el costado de las autopistas. Fue en esa larga escalinata donde me di cuenta como venía la mano. En este barrio, en este pueblo la gente no suele olvidar. Siempre me frustró la idea de saber que a mi muerte no viviría en el recuerdo de nadie, que mis pequeñas gestas estaban condenadas al ostracismo de la amnesia. Que hacer para trascender, para que de una vez por todas allá algo que prefiramos no olvidar. Mil veces me puse la trompa contra el vidrio intentándolo, hasta que llegue a esa reveladora escalinata, que era algo así como un congreso, que decía ser un capitolio. Ahí si que me di bien cuenta de cómo era la cosa. Este era un barrio que no olvidaba. Las epopeyas serían siempre epopeyas. Lo hecho, hecho estaba y nadie lo podía derribar. Resulta que al fin y al cabo la cuestión pasaba porque en este barrio la gente daba la vida por algo, daba su vida. En tiempos de indiferencia, en un mundo repleto de lugares comunes, en sociedades acuciadas por el juego del retruque permanente, verle las caras, sus cuerpos, con incontenibles ganas de animársele a la muerte, de enfrentarla por aquel que no conocen, por aquel que lo merezca me daba escalofríos. En este barrio la gente ama una causa, la ama desde lo más profundo de su existencia. La ama pensándola. Y cuanto más la piensa más la ama.
A la revolución siempre la imagine como diez tipos repartiendo tiros por esa causa que ellos consideran impostergable. En esa puta escalinata me volví a dar cuenta. Estos diez tipos y sus máuseres son portadores de una estética que los deposita en las vías de lo heroico. La revolución es la conciencia de esos 10 tipos y muchos otros que piensan que algo debería cambiar. Triunfan o mueren en el intento, de eso se trata.
En este barrio hay quien cree en la revolución. Con eso me alcanza. En este barrio la gente pasa unas cuantas necesidades, de esas que son básicas. Los noticieros y diarios informan lo que unos pocos digitan. Los jóvenes estudian gratis para que luego se lo cobren toda la vida. La policía transa con el que tiene. La policía castiga y persigue al que no. Los pibitos te chamullan en las calles. Las minitas en los cuartos de habitaciones arrendadas. La gente se baña en baldes, ven pasar por sus narices el devenir de un mundo cada día mas fastuoso, que de tan cercano es lo más ajeno. Algunos lloran. Todo eso pasa. Pero también pasa lo otro. Pasa esto otro que me emocionó y te quería contar. Ahí donde el sol cae, en ese asfalto derretido por el sudor de miles de pendejos que caminan hacia la escuela, en esas plazas en donde encontrás viejos que hablan de tesoros perdidos, ahí donde los pantanos nunca terminan, ahí donde el mar te besa los pies, ahí justo ahí, la gente habla de revolución, de su revolución, la de un pueblo, la de una nación, la de una raza.
En este barrio el sol suele ponerse en los atardeceres. Están quienes planean fugarse en barcos, y también quién critica al que se fue. La gente come como si fuera la última vez, aunque saben que no. Si alguna vez estas por ahí mirálos a los ojos, mirálos y empezás a entender un poquito más. En su barrio la violencia son bloqueos, amenazas y otras yerbas. De vez en cuando van a la playa, sólo cuando el mar los invita, sino le darán la espalda.
En este barrio la gente madruga. Hay quien cada vez que se levanta mira esa hermosa figura trazada por detrás de un edificio que parece estar a la altura de las circunstancias. Miran el edificio, resisten desde abajo, miran a ese hombre. Lo miran y lo ven cada vez más bello. Se rien, aún no lo creen. Si los agarrás desprevenidos hasta por ahí te sueltan una lágrima. Los ves con ganas de animarse. Hasta te podés enamorar
En este barrio la gente la suele pasar mal. Y al llegar otro febrero… para que decirlo. Se miran en los colectivos, en las calles, se preguntan entre ellos, pocas veces se hablan. “Y si estos tipos en vez de cuidarnos…” mejor no lo digas. Tampoco lo pienses. Empiezo a odiar este barrio, empiezo a amarlo cada vez más.
La gente de este barrio habla bastante de dinero, no siempre. A veces, sólo a veces de política. Quizás hasta te pueda decir que al dólar no lo adoran tanto como creeríamos vos y yo. La gente se chamulla, se miente hasta lo inverosímil. Se juegan malas pasadas, se gritan, se pelean y se vuelven a encontrar.
En este barrio hay mala gente. Pero esto si que no te lo puedo explicar. O mejor dicho si puedo, pero en realidad esto que te voy a decir no tiene nada que ver con la verdadera explicación. En este barrio a la gente no le alcanza, y a veces, de vez en cuando se quieren ir a la mierda. Y ahí los ves, con lenguas de doble filo y con un espíritu demoledor se le plantan a su existencia y le patean la puerta para que abra. Y si te das vuelta jamás te clavarán el puñal que nunca van a tener. Si algún día te llegas a dar cuenta hasta por ahí los termines admirando, no me preguntes por qué, pero en este barrio está el que cree que ese norte es la solución.
En este asfixiante barrio, los autos no corren y los balcones corean tu nombre. Este es el lugar de la suma de los azares. La mayoría de las cosas salen bien porque alguien así lo dispone. Empiezo a sospechar también, de que en realidad no existen tales disposiciones, que el azar es muchas veces la seguridad de que nada fallará, o que en realidad si es que alguna vez algo falla, será este mismo azar el que mire hacia el costado y se haga el boludo. A la gente de este barrio no le preocupa, o quizás lo disimulen. A esta altura que carajo puedo saber de esto.
Vos porque no lo viste, mejor ni te lo imagines. La ruta es hermosa. Si hasta en algún momento soñé con tirarme de ese bendito camión y caminar por entre esos montes y llegar ahí, a esa casa que nunca vi pero siempre supe que estaba, a esa casa, a esa enorme fogata con sabor a rev… ni se te ocurra mencionar la bendita palabra. Nunca me tiré, juro que lo pensé seriamente. Ese camión, si hubieses estado ahí, en ese preciso instante en el que vi su rostro. Lo observé agotado, inmutable. Si hasta le ofrecí un mate que amenazó con tirar. El río que justo atravesamos se negó a hablar y yo sentí que estaba donde quería, ahí en ese barrio, ahí donde todos se juegan la vida, ahí donde los camiones son cunas, ahí en ese apacible rejunte de febreros, porros y revoluciones. Lo dije.
Después claro, caminé más por este barrio, y llegué. Fue en esa calle que lo sentí. En realidad fue esa vereda la que me lo dejó bien clarito. Si en mi otro barrio estaba harto de pisar las entrometidas divisiones de baldosas. Adoptara el ritmo que adoptara de todos modos pisaría la maldita línea. Y acá, me vengo a encontrar con la que siempre busqué. Caminábamos juntos, yo sin pisar una línea, sin la más profana necesidad de aminorar el paso para no caer en la trampa que nunca había sido tendida. Y ahí si que me hundí en la certeza. Fue en ese momento cuando me vinieron todas estas ganas, fue ahí cuando necesite contarte que la cuadra que siempre me había estado buscando, por fin me había encontrado. La camine de punta a punta y fui feliz. Feliz por lo que vendría.
Si supieses las miradas que miré. Las canciones, los abrazos, las minitas y el quilombo de este pueblo.
En este barrio el humo llega en cuentagotas. Los héroes siguen siendo héroes que reposan intactos en el costado de las autopistas. Fue en esa larga escalinata donde me di cuenta como venía la mano. En este barrio, en este pueblo la gente no suele olvidar. Siempre me frustró la idea de saber que a mi muerte no viviría en el recuerdo de nadie, que mis pequeñas gestas estaban condenadas al ostracismo de la amnesia. Que hacer para trascender, para que de una vez por todas allá algo que prefiramos no olvidar. Mil veces me puse la trompa contra el vidrio intentándolo, hasta que llegue a esa reveladora escalinata, que era algo así como un congreso, que decía ser un capitolio. Ahí si que me di bien cuenta de cómo era la cosa. Este era un barrio que no olvidaba. Las epopeyas serían siempre epopeyas. Lo hecho, hecho estaba y nadie lo podía derribar. Resulta que al fin y al cabo la cuestión pasaba porque en este barrio la gente daba la vida por algo, daba su vida. En tiempos de indiferencia, en un mundo repleto de lugares comunes, en sociedades acuciadas por el juego del retruque permanente, verle las caras, sus cuerpos, con incontenibles ganas de animársele a la muerte, de enfrentarla por aquel que no conocen, por aquel que lo merezca me daba escalofríos. En este barrio la gente ama una causa, la ama desde lo más profundo de su existencia. La ama pensándola. Y cuanto más la piensa más la ama.
A la revolución siempre la imagine como diez tipos repartiendo tiros por esa causa que ellos consideran impostergable. En esa puta escalinata me volví a dar cuenta. Estos diez tipos y sus máuseres son portadores de una estética que los deposita en las vías de lo heroico. La revolución es la conciencia de esos 10 tipos y muchos otros que piensan que algo debería cambiar. Triunfan o mueren en el intento, de eso se trata.
En este barrio hay quien cree en la revolución. Con eso me alcanza. En este barrio la gente pasa unas cuantas necesidades, de esas que son básicas. Los noticieros y diarios informan lo que unos pocos digitan. Los jóvenes estudian gratis para que luego se lo cobren toda la vida. La policía transa con el que tiene. La policía castiga y persigue al que no. Los pibitos te chamullan en las calles. Las minitas en los cuartos de habitaciones arrendadas. La gente se baña en baldes, ven pasar por sus narices el devenir de un mundo cada día mas fastuoso, que de tan cercano es lo más ajeno. Algunos lloran. Todo eso pasa. Pero también pasa lo otro. Pasa esto otro que me emocionó y te quería contar. Ahí donde el sol cae, en ese asfalto derretido por el sudor de miles de pendejos que caminan hacia la escuela, en esas plazas en donde encontrás viejos que hablan de tesoros perdidos, ahí donde los pantanos nunca terminan, ahí donde el mar te besa los pies, ahí justo ahí, la gente habla de revolución, de su revolución, la de un pueblo, la de una nación, la de una raza.
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