martes, 25 de agosto de 2009

Una feria

Tocaban una música que me sonaba a brasilera. En realidad no lo era pero no puedo agregar mucho más al respecto. La cosa era que estaba en esa fábrica recuperada por obreros, perdido en un mar de pasillos. Junto a mil tarados que cada vez se parecían más a mi. Volví a pensar en la locura y supe que estaba demasiado cerca.
Eran 2 flacos que hacían una danza en medio de una ronda con mates y galletas marineras. A decir verdad el baile me pareció bastante pelotudo, no conseguí ver ninguna destreza especial en aquello que hacían. Si encontré una persona y te lo quería contar. Quedate tranquilo que no me enamoré. Estos muchachos tocaban unas arpas o algo así. Eran ramas con forma de banana que unían sus extremos por una soga tensada. La mujer que estaba tercera contando desde el pelado que estaba en el medio dando gritos furibundos, tocaba una especie de cencerro tallado en madera. Por ahí es una boludes lo que te cuento. Pero no pude dormir las últimas tres noches pensando en esto. Pasa que esta mina estaba paradita ahí. Era la última de la hilera. La cosa tenía un funcionamiento bastante aceitado. El pelado cantaba una introducción y el coro que estaba a su alrededor agregaba instrumento en mano una frase que decía algo así como “Paranaya” y una melodía muy bien entonada. Debo confesar que sonaba muy bien. En un momento no pude disfrutar más ese coro. Porque empecé a pensar en esa muchacha que estaba última en la hilera. La observaba. Tenía un pañuelo floreado a modo de vincha. Era de tez oscura, casi morena. Tocaba el cencerro automáticamente. Nada de reflexionar acerca de su subjetividad, de su condición de artista. Te juro que se que no pensaba en nada. A decir verdad era la más linda del grupo de chicas. Por eso empecé a mirarla. Pero enseguida empecé a pensar esto del arte y la transformación. Eso que alguna vez le había escuchado decir a Pato. Mientras yo pensaba esto, ella no pensaba nada. Y por tres minutos ocupe su mente. Se que un ratito después mientras seguía tocando se empezaría a preguntar si estaba donde realmente quería estar. Si todo ese camino que había hecho lo volvería a hacer. Supe que había algo que muy allá en el fondo le hacía ruido. Que si sus padres la miraran en esa situación la cosa se complicaría todavía más. Pensaría que la vida tocando un cencerro no era todo lo que esperaba. Que empezaba a tener ganas de trabajar de recepcionista en el microcentro. Se volvería a preguntar si realmente tenía ganas de estar ahí parada. Y se respondería que si. Que le encantaba ser eso. Y que ahora iba a dejar el puto cencerro y se iba a poner a bailar en el medio de esa ronda tan desprolija. Se iba a poner a bailar y buscaría compinches. Y ensayaría pasos bastante locos. Y se reiría de todos los boludos que estábamos con nuestra birras en la mano esperando que nos llegue la muerte.