domingo, 15 de marzo de 2009

Y al llegar otro febrero...

En este barrio el sol brilla tan fuerte que aturde. Pensalo bien, no te distraigas y solito te das cuenta. En este barrio, el pantano es la tentación más encantadora. Si te das vuelta, si te detenés debajo de una de esas arcadas los podés escuchar hablar. No hablan. Susurran. Una verdad, una canción, la más hermosa de todas las dignidades. Ellos están allí, el tiempo, los años le pasan por el costado, de vez en cuando hasta los pone sobre la banquina. Y cuando pensás que van a impactar maniobran, ma-nio-bran y se apoyan sobre esa rueda, justo esa rueda que de tan gastada daba pena.
En este barrio el sol suele ponerse en los atardeceres. Están quienes planean fugarse en barcos, y también quién critica al que se fue. La gente come como si fuera la última vez, aunque saben que no. Si alguna vez estas por ahí mirálos a los ojos, mirálos y empezás a entender un poquito más. En su barrio la violencia son bloqueos, amenazas y otras yerbas. De vez en cuando van a la playa, sólo cuando el mar los invita, sino le darán la espalda.

En este barrio la gente madruga. Hay quien cada vez que se levanta mira esa hermosa figura trazada por detrás de un edificio que parece estar a la altura de las circunstancias. Miran el edificio, resisten desde abajo, miran a ese hombre. Lo miran y lo ven cada vez más bello. Se rien, aún no lo creen. Si los agarrás desprevenidos hasta por ahí te sueltan una lágrima. Los ves con ganas de animarse. Hasta te podés enamorar
En este barrio la gente la suele pasar mal. Y al llegar otro febrero… para que decirlo. Se miran en los colectivos, en las calles, se preguntan entre ellos, pocas veces se hablan. “Y si estos tipos en vez de cuidarnos…” mejor no lo digas. Tampoco lo pienses. Empiezo a odiar este barrio, empiezo a amarlo cada vez más.
La gente de este barrio habla bastante de dinero, no siempre. A veces, sólo a veces de política. Quizás hasta te pueda decir que al dólar no lo adoran tanto como creeríamos vos y yo. La gente se chamulla, se miente hasta lo inverosímil. Se juegan malas pasadas, se gritan, se pelean y se vuelven a encontrar.

En este barrio hay mala gente. Pero esto si que no te lo puedo explicar. O mejor dicho si puedo, pero en realidad esto que te voy a decir no tiene nada que ver con la verdadera explicación. En este barrio a la gente no le alcanza, y a veces, de vez en cuando se quieren ir a la mierda. Y ahí los ves, con lenguas de doble filo y con un espíritu demoledor se le plantan a su existencia y le patean la puerta para que abra. Y si te das vuelta jamás te clavarán el puñal que nunca van a tener. Si algún día te llegas a dar cuenta hasta por ahí los termines admirando, no me preguntes por qué, pero en este barrio está el que cree que ese norte es la solución.
En este asfixiante barrio, los autos no corren y los balcones corean tu nombre. Este es el lugar de la suma de los azares. La mayoría de las cosas salen bien porque alguien así lo dispone. Empiezo a sospechar también, de que en realidad no existen tales disposiciones, que el azar es muchas veces la seguridad de que nada fallará, o que en realidad si es que alguna vez algo falla, será este mismo azar el que mire hacia el costado y se haga el boludo. A la gente de este barrio no le preocupa, o quizás lo disimulen. A esta altura que carajo puedo saber de esto.

Vos porque no lo viste, mejor ni te lo imagines. La ruta es hermosa. Si hasta en algún momento soñé con tirarme de ese bendito camión y caminar por entre esos montes y llegar ahí, a esa casa que nunca vi pero siempre supe que estaba, a esa casa, a esa enorme fogata con sabor a rev… ni se te ocurra mencionar la bendita palabra. Nunca me tiré, juro que lo pensé seriamente. Ese camión, si hubieses estado ahí, en ese preciso instante en el que vi su rostro. Lo observé agotado, inmutable. Si hasta le ofrecí un mate que amenazó con tirar. El río que justo atravesamos se negó a hablar y yo sentí que estaba donde quería, ahí en ese barrio, ahí donde todos se juegan la vida, ahí donde los camiones son cunas, ahí en ese apacible rejunte de febreros, porros y revoluciones. Lo dije.

Después claro, caminé más por este barrio, y llegué. Fue en esa calle que lo sentí. En realidad fue esa vereda la que me lo dejó bien clarito. Si en mi otro barrio estaba harto de pisar las entrometidas divisiones de baldosas. Adoptara el ritmo que adoptara de todos modos pisaría la maldita línea. Y acá, me vengo a encontrar con la que siempre busqué. Caminábamos juntos, yo sin pisar una línea, sin la más profana necesidad de aminorar el paso para no caer en la trampa que nunca había sido tendida. Y ahí si que me hundí en la certeza. Fue en ese momento cuando me vinieron todas estas ganas, fue ahí cuando necesite contarte que la cuadra que siempre me había estado buscando, por fin me había encontrado. La camine de punta a punta y fui feliz. Feliz por lo que vendría.

Si supieses las miradas que miré. Las canciones, los abrazos, las minitas y el quilombo de este pueblo.

En este barrio el humo llega en cuentagotas. Los héroes siguen siendo héroes que reposan intactos en el costado de las autopistas. Fue en esa larga escalinata donde me di cuenta como venía la mano. En este barrio, en este pueblo la gente no suele olvidar. Siempre me frustró la idea de saber que a mi muerte no viviría en el recuerdo de nadie, que mis pequeñas gestas estaban condenadas al ostracismo de la amnesia. Que hacer para trascender, para que de una vez por todas allá algo que prefiramos no olvidar. Mil veces me puse la trompa contra el vidrio intentándolo, hasta que llegue a esa reveladora escalinata, que era algo así como un congreso, que decía ser un capitolio. Ahí si que me di bien cuenta de cómo era la cosa. Este era un barrio que no olvidaba. Las epopeyas serían siempre epopeyas. Lo hecho, hecho estaba y nadie lo podía derribar. Resulta que al fin y al cabo la cuestión pasaba porque en este barrio la gente daba la vida por algo, daba su vida. En tiempos de indiferencia, en un mundo repleto de lugares comunes, en sociedades acuciadas por el juego del retruque permanente, verle las caras, sus cuerpos, con incontenibles ganas de animársele a la muerte, de enfrentarla por aquel que no conocen, por aquel que lo merezca me daba escalofríos. En este barrio la gente ama una causa, la ama desde lo más profundo de su existencia. La ama pensándola. Y cuanto más la piensa más la ama.

A la revolución siempre la imagine como diez tipos repartiendo tiros por esa causa que ellos consideran impostergable. En esa puta escalinata me volví a dar cuenta. Estos diez tipos y sus máuseres son portadores de una estética que los deposita en las vías de lo heroico. La revolución es la conciencia de esos 10 tipos y muchos otros que piensan que algo debería cambiar. Triunfan o mueren en el intento, de eso se trata.
En este barrio hay quien cree en la revolución. Con eso me alcanza. En este barrio la gente pasa unas cuantas necesidades, de esas que son básicas. Los noticieros y diarios informan lo que unos pocos digitan. Los jóvenes estudian gratis para que luego se lo cobren toda la vida. La policía transa con el que tiene. La policía castiga y persigue al que no. Los pibitos te chamullan en las calles. Las minitas en los cuartos de habitaciones arrendadas. La gente se baña en baldes, ven pasar por sus narices el devenir de un mundo cada día mas fastuoso, que de tan cercano es lo más ajeno. Algunos lloran. Todo eso pasa. Pero también pasa lo otro. Pasa esto otro que me emocionó y te quería contar. Ahí donde el sol cae, en ese asfalto derretido por el sudor de miles de pendejos que caminan hacia la escuela, en esas plazas en donde encontrás viejos que hablan de tesoros perdidos, ahí donde los pantanos nunca terminan, ahí donde el mar te besa los pies, ahí justo ahí, la gente habla de revolución, de su revolución, la de un pueblo, la de una nación, la de una raza.