miércoles, 10 de noviembre de 2010

Los anacronismos

Se había levantado algo sobresaltado. Los esperaba una larga jornada de gritos, quilombo y reivindicaciones. Se calzo la mochila de hilo tejido en la que cargaba un viejo cuaderno de apuntes y un libro de Trosky. Se levantó y pensó que lo estarían esperando ahí, en aquel santuario repleto de murales y fantasmas. Esta vez, necesariamente debo caer en el lugar común. El destino es bastante hijo de puta. O demasiado benévolo. No sé. La cosa es que caíste ahí mismo Mariano. En el lugar en donde se apagaron ellos dos. En manos de enemigos demasiado parecidos. Y yo que ni te conocía, pero ya te extraño demasiado. Yo que veo los verdugos que salen en tu defensa. Yo que necesito que estés vivo aunque sea por un minuto para gritarles que tu memoria no les pertenece. Te levantaste y fuiste al andén de esa estación que ahora tiene un tercer nombre. Y te recibieron los enemigos, los de antes y los de más antes. Los de siempre. Y encontraste la muerte. Uno menos. Uno más. Y los hipócritas vuelven a la escena. Yo que no te conocí pero te conozco. Aguantaste los trapos. Resististe y encontraste la muerte por una idea. Por una idea. Y a mí que me hubiese gustado tener esos huevos. Moriste pero vivís. Vivís en los compañeros que seguirán luchando. Vivís en el arma de ese canalla. Vivís en las frases adocenadas de aquellos que se avergüenzan en decir que militabas. Si con decir que eras estudiante y trabajador alcanzaba y sobraba. Vivís en los que disfrutan tu muerte. Vivís en la soledad de esos murales. Vivís porque necesitamos que sigas viviendo. Vivís porque las calles son nuestras, y quizás el tiempo nos de la razón. O quizás nos dé más muerte.