lunes, 21 de diciembre de 2009
Un nombre raro
Tenías una ensalada de fruta y te sentaste en el sillón de cuero. En primer lugar tenías una ensalada de fruta porque hacía ya unos años habías declarado en la mesa familiar que empezarías a ser begana. En segunda instancia comías esa ensalada porque te había agarrado algo de hambre. No todo en al vida eran reivindicaciones. Mirabas el recipiente de plástico y la proyección al mismo tiempo. La verdad que las naranjas estaban cortadas como el reverendo orto. Seguro había sido el hippie jovato que no sabías como pero vivía bajo tu mismo techo. Pensabas que había agarrado el mando de la cocina y estaba empezando a hacer todas esas boludeces que tanto te molestaban. Estabas segura de que una casa con más anarquistas y menos hippies empezaría por suvertir esa biblioteca con demasiado olor a ácidos. Mirabas a la ensalada y recordabas el porro que te acababas de fumar cuando fuiste a la terraza a buscar una cosa que ya no te acordabas cual era. Comías una uva y veías a tu vieja diciéndote: “ya no rompas más las bolas con esto de hacerte la revolucionaria”, advirtiéndote sobre el fatal destino que había tenido tu padre por jugar a la guerrita. Comías la ensalada de fruta, extrañabas a tu compañero y empezabas a tener demasiadas ganas de coger. Fuiste de nuevo a la cocina a dejar la cuchara para que la lave el designado en la semana. Volviste al sillón a ver la proyección a la que ya le habías perdido el hilo. Te acordaste de Bakunin y pensaste que era flor de cagón. Que te gustaba más Durruti aunque no sabías bien por qué. Pensaste en la notebook que tenías en tu pieza y temiste que algún día te la choreen. Te acordaste del día en el que el flaco de cresta te invito a comer verduras a esa casa con olor a huerta y detergente. Supiste que yo te estaba pensando y no hiciste nada. Me miraste con ojos de sorpresa y letanía.. Me empecé a ir de la casa y vos que justo esa noche no tenías ganas de dormir y militar a la vez. Querías apoyar la cabeza en la almohada y nada más. Esa noche te habías cansado un poco de no tener un minuto de paz burguesa. Sabías que al otro día te ibas a levantar, agarrarías cuatro retazos de tela, una bolsa de semillas y le enseñarías a cuatro pelotudos el arte de pintar remeras y sembrar sus alimentos.
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