viernes, 24 de septiembre de 2010
Mario Eduardo
Había amanecido con ganas de verle la cara. Suponía que la posibilidad de encontrarlo con vida en aquel lejano pueblito de España debería haber desvelado a la patria en su totalidad (y cuando digo Patria digo Patria con mayúscula ¿esa cosa medio etérea?). Encontrarlo con vida, preguntarle que pensaba. No entendía como había toda una nación que seguía su camino, sin quererle hacer aunque sea un interrogante. Encontrarlo con vida, en aquel pueblito alejado de España. Las tendencias del capitalismo mundial tenían algunos bemoles que podría hacer pensar en que quizás nuevamente haya algo así como unas condiciones objetivas para sacar los fierros de debajo de la mesa del televisor. Encontrarlo con vida. Porque me parecía que ese muchacho tenía en sus manos los hilos que paralizaban nuestras conciencias, y que si conseguíamos hablar con él, por ahí dejaba ir un poco el carretel y empezábamos a tener la ilusión de que corríamos. M.E estaba en un sillón de pomposas figuras, tomando un mate y rascándose el lunar. Permanecía detenido en un pasado de hace 40 años. Ya no soportaba seguir vivo. Sentía que tarde o temprano vendrían por el. No llegaba a comprender cual era el daño que había hecho. No soportaba seguir vivo. Le parecía que aquello de antes ya no tenía absolutamente que ver con el más antes. No lograba recordar si su utopía había sido en algún momento genuina. Si recordaba, haber sobreactuado en los últimos años. Pero no podía asegurar que es lo que había pensado tiempo antes. Suponía que Sabino, Fernando, y Carlos no le habrían permitido traicionarse. Después pensó en todo aquello que él representaba y concluyó en que posiblemente les hubiese mentido a ellos también. Tomaba mate mientras relataba su cobarde huída de Morris. Sabía que algún fatalismo de la historia lo había puesto a conducir y a dar la vida por un proyecto del que no estaba convencido. Entonces entendió que su vitalidad era algo así como la demostración de su coherencia. Que no había muerto porque no lo merecía. Que se daba la vida en tanto el proyecto era la vida. Ergo, si el proyecto no era la vida, el que moría pasaba a ser un pelotudo. Tomaba mate y sacaba unas fotos con Rodolfo y Fernando. Pensaba que la primera guardia tenía una mística más llevadera. Este segundo grupito no cumplía sus expectativas. Se preguntó si el merecía haber sido el único que transitó ambos. Se contestó que eso ahora no importaba demasiado. Que posiblemente haya sido el mejor de todos. Que eso ya no importaba demasiado. Y que tenía que empezar por empuñar los fierros, pegarse un gomazo y dejar que la Patria pueda seguir adelante como sea. Que había todo un pueblo esperando su decisión. Un pueblo que casi nunca se acordaba de él. Un pueblo al que él sabía, volvería a defraudar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)