miércoles, 5 de mayo de 2010
Los espejismos
Había algo de olor a detergente. Se me había sentado al lado del sillón y esperaba que le dijese algo. Cuando volvía a casa y pensaba la cosa, se me ocurrían unas cuantas analogías a un partido de truco. Podría arrancar por una contraflor al resto y ese tipo de boludeces que suelen garpar muy bien en un libro. Pero las voy a evitar. Porque había mucho olor a detergente. También había un lejano aroma a lluvia y humedad. Me tentaba ese balcón envuelto con cortinas. Se sentó y me miró la mano. Acababa de cortarme una uña con la boca y empezaba a querer irme bien lejos. Pero ese día. Ese día si que era imposible. Porque me sentía sujetado de los dos brazos. Y ella que dejaba pasar el tanto. Yo que buscaba empardar para que juegue la mejor. Y todas esas boludeces que te imaginaras como siguen. Porque en realidad lo que me preguntaba era si tenía o no tenía huevos. Y ese día me parecía que no. Porque ella me miraba con ojos azules, y yo sentía que podía dejar más de una cosa si me lo hubiese pedido. Porque el pelotudo que estaba abajo con medias de boca empezaba a gritar más fuerte. Porque ese puto río repleto de bogas gigantes clavaba una duda más en la mesa redonda de la cocina. Porque el tiempo nunca se iba a detener. Y porque esto era la clara prueba de que algo se estaba por derrumbar.
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