martes, 7 de diciembre de 2010

las certezas

Hasta hoy suponía que aquello que se contaba en tugurios no era otra cosa más que una rinbonbante infamia. Porque hasta hoy hablaba con algunas palabras que sabía no me pertenecían. Defendía dogmas que no me convencían, discutía amores y principios. Hasta hoy fui un infame. Probablemente dentro de unas semanas vuelva a serlo. Pero hoy me di bien cuenta. Hace rato que me vengo dando cuenta de unas cuantas cosas. Esto me empieza asustar. La vara empieza a subir y la caída puede ser mucho más feroz. Estuve un rato largo viendo las zanjas, sorteando los escobros en el medio de la calle, cagandome de calor y preguntándome si la guerra popular y prolongada era una opción a tanto desengaño y vacío. La cosa es que las zanjas, los escombros, el olor a mierda y el barrial que esta por venir me hicieron pensar en algo así como una estética de la villa. Pensé eso y acto seguido me sentí mal. No tenía demasiado claro si era un hijo de puta o simplemente un pelotudo. Esa reflexión no podía ser posible. Porque no. Porque soy algo más que el forro que se sienta en el asiento reclinable a maldecir el porvenir de los pueblos. Me siento más que aquello y necesito demostrármelo. La necesidad de formar parte se hizo eco en Pasco al fondo. Y empecé a sentir lo que es estar demasiado sólo. Empecé a entender de que se trataba la exclusión. Ay Dios, no estoy pudiendo salir de la frase adocenada. Mi escritura pierde vigor. Es menos autentica que la de hace unos meses. Pero tengo que derrotar mi ego. Porque sino no hay bondi que aguante esta mochila. No hay baño químico que me saque de este letargo que empieza a ser un espanto. Cara o cruz, como siempre. Y siento que si no lo intento jamás podré sacar un seguro contra robos tranquilo. Sostengo que si no lo intento la infelicidad la tengo asegurada.

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