Crónica de un triunfo anunciado
De Homero hasta nuestros días, la crónica sigue siendo el lugar en que buscamos una explicación del mundo.
(Gabriel Cetkovich Bakmas).
Hace unos meses tuve la oportunidad de leer una afirmación sobre la crónica tan provocativa como cierta. La cita estaba escrita por Martín Caparrós en el prólogo de “La Argentina Crónica”, y decía que la crónica era aquel género periodístico que cada vez se publicaba menos. Definitivamente este es un dato de la realidad. Periódicos, revistas, y hasta publicaciones digitales abrieron en la última década un proceso de marginación del género como estilo periodístico, depositándolo en las vías de lo subalterno. El desplazamiento es claro, y sus raíces parecen serlo también. El periodismo ha optado por un camino, la crónica representa todo aquello que no se eligió. ¿Por qué el periodismo ha elegido ese camino? ¿Qué implicancia ideológica conlleva esa decisión? ¿Qué lectura hace el medio sobre su público? Reflexiono sobre el problema y me aventuro a lanzar una primera aseveración: el periodismo actual no incluye crónicas entre sus páginas porque sus implicancias discursivas distan de aquello que esperan leer tanto el público como el propio medio capaz de publicarla. Es posible que el problema aparezca un tanto confuso en estas primeras líneas, sepan entender que se trata de un ensayo, y un ensayo es ante todo… en fin ese es otro tema que en alguna oportunidad discutiré, ahora me centraré en la crónica que es ya de por si una cuestión bastante problemática. La crónica (siguiendo a uno de sus más notorios exponentes, Caparrós) es ante todo la síntesis de dos particularidades claramente marcadas: por un lado es el pleno ejercicio de la mirada. Cuando Caparrós recorre Rosario en “El interior” y se dirige a las afueras, el problema de la identidad argentina atraviesa cada cabaret, cada puente, cada alambrado y cada casilla marginal. La mirada, el ejercicio de la mirada es lo central, allí radica una de las cuestiones más esenciales de un relato crónico: cada una de las crónicas, cada relato que implica una reivindicación y una auto proclamación de lo subjetivo como recurso legítimo para contar una historia es ante todo la puesta en juego del lector como sujeto de acción, la crónica con su cadencia, su costado vital recorre la formula “esto es lo que yo vi sobre esto que para mi es un problema”. La crónica es entonces una invitación a la reflexión, a la vacilación, una puerta de entrada a la propia interpretación de un suceso que ha sido despojado de su penosa “objetividad” para plantearse como lo que es todo relato, la propia vivencia de aquello que observé. En segundo lugar la crónica es además una forma de intervención política, lo es en varios sentidos. La crónica corre ante todo el foco de atención. Ante un periodismo plagado de historias archiconocidas, donde sólo cambian nombres de protagonistas, la crónica desvela su esfuerzo en el relato de la cotidianeidad, en la apelación a un submundo de significados que no serán contados porque fueron ya condenados al olvido. En el rescate de esos significados, hay un clara intervención que por política es a la vez ideológica: la crónica cuenta aquello que lo masivo destierra, reivindica el valor de la memoria social, es juez y parte de un problema que recorre las raíces de aquello que ha sido etiquetado como “lo normal”, como si lo normal fuese aquello imperturbable, como si hablar de lo normal no fuera una artimaña discursiva para ocultar ese tipo de debates, para sepultarlos en el olvido. Dice Caparrós: “la información consiste en decirle a mucha gente qué le pasa a muy poca, la que tiene poder”.
Recapitulemos. La crónica es entonces el uso de la subjetividad como instrumento para contar aquello que no sería sino contado, de allí su carácter problemático, de allí su marginalidad. La prosa periodística actual se define como aquello que transita por las vías de lo opuesto. En la prosa actual se fuerza un desplazamiento de lo subjetivo a lo objetivo, el discurso se manipula en búsqueda de quitarle la voz al narrador, de quedarse sin el matiz, sin la visión propia de un texto que ya no se hace cargo de ser producto de una postura frente a la ¿realidad? Y en este mecanismo el periodismo genera su propia reproducción, una reproducción que luego pasa a ser repetición para por fin acabar en monotonía, en el relato de aquello y aquellos que detentan el poder. La contradicción, la imposibilidad está en intentar callar aquello que no puede ser callado. Y en esa imposibilidad, todos los recursos del periodismo hegemónico quedan truncos frente a una crónica que ha ganado esa batalla aunque la haya perdido. La crónica ha ganado porque es ante todo sincera, honesta y valiente. La crónica ha ganado porque no disipa nada, porque es derrotada en su intento de desbordar un instante. Ha ganado porque no resuelve problemas, los multiplica. Ha ganado porque es la reivindicación de que el lector aún no ha muerto, que aquello que se dice es la escena de una realidad tan compleja que se vuelve digna de ser pensada por quien lee. Es la politización de un entorno que se asume esencialmente como apolítico. Es el reconocimiento de un lector como sujeto sensible capaz de repensar bajo estructuras desvinculadas de lo legitimado por los medios masivos. Digo entonces, que en ese triunfo está también su derrota. Su derrota, porque la crónica ha perdido difusión. La ha perdido por su propia esencia. En esto de definirse como la voz de lo subjetivo que cuenta el espacio marginal del poder, la crónica ha clausurado su entrada en la difusión masiva de mensajes. Ahora bien, en este sentido sería pertinente pensar en por qué esas puertas yacen cerradas. ¿Acaso los medios desconocen que hay un público lector deseoso de escuchar crónicas? La afirmación peca de ingenua. Si el público las quisiera los diarios estarían inundados de relatos crónicos. El problema parece tener otra profundidad y se emparenta con una cuestión de época. Y en este sentido es trascendental el aporte que Walter Benjamin expone en “El narrador”.
Cada vez es mas raro encontrar gente que sepa contar bien algo […] Es como si una capacidad, que nos pareciera inextinguible, la más segura entre las seguras de pronto nos fuera sustraída. Una causa de este fenómeno es evidente: la experiencia está en trance de desaparecer […] Un vistazo echado a un diario cualquiera demuestra que se ha alcanzado un nuevo nivel inferior, en el cual no sólo la imagen del mundo exterior, sino también la imagen del mundo moral han sufrido cambios que nunca se tuvieron por posibles.
La apelación de Benjamin tiene que ver con la situación de la narración en nuestros tiempos. A mi juicio puede ser fácilmente trasladada al ámbito de la crónica. Y puede ser llevada allí porque la crónica se alimenta de la experiencia, de los intercambios de vivencias entre actores. La crónica también tiene su tangible costado épico: el consejo inherente a toda crónica no es otra cosa que la propia vivencia de aquello que se cuenta. En la reivindicación de lo subjetivo y de la diferencia está su heroísmo. En el “esto ha sido lo que observé” radica la sabiduría de una crónica que se para frente a la realidad y la colma de reflexiones y enigmas. Y cuando en la cita leemos a un Benjamin que dice que la imagen del mundo moral ha sufrido cambios, la referencia se dirige al cambio de época.
Dice más adelante:
Cada mañana se nos informa sobre las novedades de toda la tierra. Y sin embargo somos totalmente pobres en historias extraordinarias. Eso proviene de que ya no se nos distribuye ninguna novedad sin acompañarla con explicaciones […] Puesto que es casi la mitad del arte de narrar una historia el mantenerla ajena a toda explicación mientras se la reproduce
La particularidad de nuestra era parece estar dada entonces por una forma de reproducir discursos que tienden a eliminar la mirada del sujeto, a borrar sus marcas en el texto y a presentar relatos cerrados, explicados hasta el hartazgo, de eso se trata la prosa periodística actual. El intento por descifrar si el germen de este proceso tiene como responsable al periodismo o al propio público se dirige a explicaciones que exceden este ámbito de discusión. Sean el periodismo o la demanda del propio público los propulsores de este proceso, lo cierto es que el relato de historias, vivencias y miradas sobre un acontecimiento o personaje cada vez está menos presente en los medios de difusión escrita. Y decimos que esto es una cuestión de época en la medida en que las configuraciones culturales construyen al individuo desde una pasividad extrema y alarmante. Y en la era en dónde se habla de la total despolitización de la realidad, la apuesta por el relato de lo objetivo es una clara intervención sobre aquello que se puede decir. Y en este sentido la subestimación del lector a la que hace referencia Caparrós no es otra cosa que la negación del lector como sujeto de acción en dos sentidos: el medio que construye al sujeto en términos de consumidor y el sujeto que se construye a si mismo como ente pasivo dispuesto a ingresar en el mercado a adquirir bienes culturales como si estos se tratasen de zapatillas.
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