- Este cuatrimestre hago la de Güichal, el taller de escritura ¿qué onda?
- Y mira vas a tener que escribir, y no te atrases porque no la levantás nunca más
Las palabras de Laura todavía me rebotan en la cabeza, ¿ un taller de escritura? ¿qué vamos a escribir de nuevo? Primer día de clase. Bloques, bloques y más bloques. El miedo se empieza a hacer presente. ¿Todo eso habrá que escribir? Porque la de la entrevista te la acepto, mas o menos se como es, como se escribe, pero ¿la crónica? ¿qué carajo será la crónica? Y ahí nomás en esa primera clase empezamos a escribir. “Que primero quiero una descripción de cada uno de ustedes, que después la del compañero, vayan pensando un posible entrevistado pero también hagan la nota de lector del texto sobre el paradigma indiciario (si me preguntabas que era una nota de lector tampoco te iba a saber decir). Demasiadas cosas, un primer bloque entregado con zozobra, y un segundo que costó sangre, sudor y lagrima. Un libro, un prólogo que abrió mentes, crónicas que conmovieron, que abrieron puertas sobre un género demasiado vital como para no conocerlo. Leer el blog de los compañeros, el de los talleristas del cuatrimestre pasado para aunque sea darse una idea de cómo arrancar. Mamita querida que difícil es esto. Charlas con los compañeros vía mail, mensaje de texto, chateo, todo para que por lo menos cometamos los mismos errores. Ya paso medio cuatrimestre y no parece mentira. Y aunque Celia este embarazada (ya está confirmado) parece tener ganas de que sigamos escribiendo. Ahora narración, Piglia y después los tan temido ensayos. Allí estaremos, viendo como la piloteamos. Eso si de algo podemos estar seguros, no somos los mismos de antes.
sábado, 18 de octubre de 2008
proceso de escritura
Sin duda el proceso de escritura en relación a la crónica es uno de los más difíciles que me ha tocado afrontar. La crónica es sin duda un género complejo en la medida en que el que toma la palabra deja en el texto mucho de si. En mi experiencia el “bloque crónica" ha dejado múltiples sensaciones en relación a mi propio proceso de escritura. En primer lugar haber leído crónicas para poder entender un género sobre el que poco sabía me introdujo en un mundo sobre el que quiero saber más. La crónica es a mi juicio la más completa de las formas de relato, es esa forma de narrar que conocía superficialmente y que ahora también creo poder escribir. Por esta lado lo bueno. De la otra vereda está quizás el proceso de escritura en si. Pocas cosas han sido más traumáticas (en lo que a escritura se refiere claro está) como el sentarse frente a un teclado y un monitor para realizar una síntesis sobre lo objetivo de un tema y mis propias vivencias de ello. La crónica es un género difícil de escribir. Como en todo proceso de escritura es necesario volcar ideas para luego ordenarlas. En la crónica esas ideas, esos atisbos de frases generadas para comenzar la escritura eran hechas y deshechas unas tras otras. Lo gratificante fue sin duda la obra finalizada, la crónica con todos sus defectos, con toda su cadencia finalizada, presentada ante los ojos de un espectador, que casualmente es su autor.
lunes, 13 de octubre de 2008
Nota de lector sobre la crónica de Natalia Coronel
La crónica tiene un encabezado bastante sugestivo: una pequeña cita en letra cursiva que guarda las formas y el lenguaje de un aviso de diario. Allí se expresa la búsqueda de niños discapacitados para tareas laborales. Con esa entrada la crónica introduce claramente el problema sobre el que hablará: la situación de los chicos discapacitados y su posibilidad de insertarse en la sociedad. Para clarificar la cuestión, Natalia visitará a una escuela situada en Wilde, en dónde un grupo de niños con capacidades diferentes desarrollan tareas de ensamblado de piezas. El testimonio conseguido es clave: la directora de la escuela es la encargada de explicitar aquellas tareas que se llevan adelante allí. La crónica está atravesada por el valor de la solidaridad en primer lugar, todo se desarrolla en ese clima. El relato además traza una serie de comentarios que enriquecen la comprensión del problema: un ejemplo de esto es la historia de los dos niños que se conocen en el instituto y pueden tener un hijo. Ese tipo de comentarios alimenta una narración que tiene mucho de realidad y que en el fondo traduce un mensaje esperanzador.
El etnógrafo y el cronista
El etnógrafo y el cronista parecen ser a priori un binomio que poco tienen de diferente. En realidad puedo decir que a mi juicio son más aquellos elementos que los unen que los que los separan. Tanto el etnógrafo como el cronista plantean su campo de acción inmersos en personas y sus testimonios. Ambos llevan a cabo la tarea de la entrevista, el encuentro cara a cara con el protagonista del problema, ambos realizan el análisis de vivencias y sensaciones de una o más personas en relación a lo que se cuenta. Claro está que los recursos para trasladar aquello que se percibe al papel son bastante diferentes. En primer lugar porque la etnografía es una ciencia, y como tal es menester que siga aquellos postulados del discurso científico, el etnógrafo busca realizar lo novedoso en pos de acrecentar el campo del saber sobre una determinada cuestión. En tanto, el cronista recoge testimonios directos, se dirige al lugar donde el hecho transcurre para contar una historia, una historia que estará repleta de matices personales, de giros lingüísticos. Ambas funciones se reconstruyen a partir de un fuerte costado vital y humanístico. Tanto el cronista como el etnógrafo buscan en lo cotidiano la mirada renovadora, aquello no revelado.
Reflexión sobre el género
Reflexión sobre el género:
“Digo mirar donde parece que no pasara nada, aprender a mirar de nuevo lo que ya conocemos. Buscar, buscar, buscar. Uno de los mayores atractivos de componer una crónica es esa obligación de la mirada extrema. Para contar las historias que nos enseñaron a no considerar noticias” (Martín Caparrós)
Al pensar el género de la crónica la primera idea que se me revela es la postura de Caparrós en el prologo de La Argentina crónica. Creo encontrar allí la raíz del género. En primer lugar la crónica es aquello que cada vez vemos menos en diarios y revistas de lectura “masiva”. Dice Caparrós al respecto que de todas las crónicas que forman parte de la compilación, ninguna fue publicada en algún diario o revista de alcance nacional. En este sentido decimos que la crónica es aquello que el periodismo cuenta cada vez menos. Y siguiendo a Caparrós encontramos en esto una apuesta ideológica no menor: el periodismo se centra en el poder, en el relato acerca de quienes son ricos y famosos, de quienes son víctimas de catástrofes La crónica entonces significa quizás su antitesis. Es la mirada hacia el aspecto de “lo cotidiano”, acerca de aquello que puede no ser rotulado como noticia. Es darle relevancia a aquello que aparece definido como no relevante. Y en esto hay una clara decisión en razón de intervenir ideológicamente sobre lo dicho. Siguiendo a Amar Sánchez el hecho de que quien toma la palabra sea además el sujeto real que vivencia el hecho le da a la crónica una marca ideológica que tiene mucho de intervención política. El sujeto aporta una mirada basándose en testimonios, vivencias y fuentes indirectas. A partir de estos elementos construye una imagen sobre aquello sucedido. De esta manera Amar Sánchez sostiene también que la crónica se sitúa bajo el cruce de dos posibilidades: por un lado la de mostrarse como un relato de “lo real” y por el otro su propia imposibilidad en la medida que organiza y sintetiza información sobre aquello que vivencia. Se trata de la construcción del cruce entre esas dos posibilidades. Un poco alejada de esta visión encontramos la visión de Ortego quien en el texto de Uribarri sostiene que el punto de partida de toda crónica es por definición un suceso susceptible de ser noticias: allí está la raíz del género. Pero como bien afirma Uribarri encerrar a la crónica en relación al hecho noticioso es sin duda reducirla al mínimo de sus posibilidades. La crónica es la posibilidad de generar una visión novedosa sobre aquello que pareciera no serlo. Como sostiene Caparrós, la crónica intenta mostrar la vida de todos, de aquellos que también pueden ser sus lectores. Insisto en este sentido con la apuesta política que significa dicho relato. Es sin lugar a dudas cambiar el foco del periodismo, irse de la historia linealmente contada hacia una historia repleta de matices y donde la aparición de un yo identificable como voz del relato es explícita. La voz que enuncia elige una estructura, un estilo que vuelven a ese relato particular y único. La crónica se aleja de la narración estandarizada, de aquello contado de un modo uniforme hasta trasladarse a una visión que se posiciona frente al problema.
Un aspecto también central en el relato crónico es sin duda la cronología. La propia raíz de la palabra incluye la cuestión del tiempo como aspecto central: la crónica es el posicionamiento de un sujeto en una línea de tiempo determinada. Y en ese posicionamiento el autor intenta atrapar es instante en su reconstrucción. El intento fallido de atrapar el tiempo en el relato es lo que hace de la crónica un género inagotable.
“Digo mirar donde parece que no pasara nada, aprender a mirar de nuevo lo que ya conocemos. Buscar, buscar, buscar. Uno de los mayores atractivos de componer una crónica es esa obligación de la mirada extrema. Para contar las historias que nos enseñaron a no considerar noticias” (Martín Caparrós)
Al pensar el género de la crónica la primera idea que se me revela es la postura de Caparrós en el prologo de La Argentina crónica. Creo encontrar allí la raíz del género. En primer lugar la crónica es aquello que cada vez vemos menos en diarios y revistas de lectura “masiva”. Dice Caparrós al respecto que de todas las crónicas que forman parte de la compilación, ninguna fue publicada en algún diario o revista de alcance nacional. En este sentido decimos que la crónica es aquello que el periodismo cuenta cada vez menos. Y siguiendo a Caparrós encontramos en esto una apuesta ideológica no menor: el periodismo se centra en el poder, en el relato acerca de quienes son ricos y famosos, de quienes son víctimas de catástrofes La crónica entonces significa quizás su antitesis. Es la mirada hacia el aspecto de “lo cotidiano”, acerca de aquello que puede no ser rotulado como noticia. Es darle relevancia a aquello que aparece definido como no relevante. Y en esto hay una clara decisión en razón de intervenir ideológicamente sobre lo dicho. Siguiendo a Amar Sánchez el hecho de que quien toma la palabra sea además el sujeto real que vivencia el hecho le da a la crónica una marca ideológica que tiene mucho de intervención política. El sujeto aporta una mirada basándose en testimonios, vivencias y fuentes indirectas. A partir de estos elementos construye una imagen sobre aquello sucedido. De esta manera Amar Sánchez sostiene también que la crónica se sitúa bajo el cruce de dos posibilidades: por un lado la de mostrarse como un relato de “lo real” y por el otro su propia imposibilidad en la medida que organiza y sintetiza información sobre aquello que vivencia. Se trata de la construcción del cruce entre esas dos posibilidades. Un poco alejada de esta visión encontramos la visión de Ortego quien en el texto de Uribarri sostiene que el punto de partida de toda crónica es por definición un suceso susceptible de ser noticias: allí está la raíz del género. Pero como bien afirma Uribarri encerrar a la crónica en relación al hecho noticioso es sin duda reducirla al mínimo de sus posibilidades. La crónica es la posibilidad de generar una visión novedosa sobre aquello que pareciera no serlo. Como sostiene Caparrós, la crónica intenta mostrar la vida de todos, de aquellos que también pueden ser sus lectores. Insisto en este sentido con la apuesta política que significa dicho relato. Es sin lugar a dudas cambiar el foco del periodismo, irse de la historia linealmente contada hacia una historia repleta de matices y donde la aparición de un yo identificable como voz del relato es explícita. La voz que enuncia elige una estructura, un estilo que vuelven a ese relato particular y único. La crónica se aleja de la narración estandarizada, de aquello contado de un modo uniforme hasta trasladarse a una visión que se posiciona frente al problema.
Un aspecto también central en el relato crónico es sin duda la cronología. La propia raíz de la palabra incluye la cuestión del tiempo como aspecto central: la crónica es el posicionamiento de un sujeto en una línea de tiempo determinada. Y en ese posicionamiento el autor intenta atrapar es instante en su reconstrucción. El intento fallido de atrapar el tiempo en el relato es lo que hace de la crónica un género inagotable.
lunes, 6 de octubre de 2008
Crónica en el Museo Nacional de Bellas Artes
Crónica sobre la visita al Museo Nacional de Bellas Artes
Siete de la tarde, viernes, mi Buenos Aires querido es un verdadero hervidero de bocinas y smog. Una interminable cortina de autos se abre paso sobre la iluminada avenida Pueyrredón El trabajo quedó atrás y la idea de ir al teatro sigue sin convencerme demasiado.
― ¿A qué hora cierra el Museo de Bellas Artes?
Con un desgano llamativo la respuesta del quiosquero se demora unos segundos
― Ocho y media, pero apurate porque después de las siete y media estos vagos terminan el día
¿Cómo será el trabajo en medio de tanto arte?, veremos
Avenida del Libertador 1473, el edificio surge en medio de autos, árboles y una ciudad que como siempre parece estar de espaldas a su río. Entro por la primera de las arcadas, los motores empiezan a perderse: ahora si, helo ahí, “el arte”.
El Museo Nacional de Bellas Artes, establecido en su actual sede desde 1931, es el mayor reservorio del arte con mayúsculas de Argentina. Con 12713 obras, de las cuales sólo 700 son exhibidas el museo también es quizás el más importante de Latinoamérica.
Laberínticos caminos conducen por los diferentes períodos de la historia del arte argentino y universal.
― Mirá que el Museo está por cerrar- la señora rubia de la puerta parece indicarme sus ganas de que ya no esté allí. Por dentro se que tomé la mejor de las decisiones. La “hora pico” del MNBA ha pasado, y en el edificio sólo nos encontramos los empleados, yo y el arte. Me excuso alegando el horario de cierre publicado en la página web y comienzo mi recorrido. Soy observado con cara de pocos amigos. A mi izquierda se abre el ¿pabellón? correspondiente al arte medieval. Obras de carácter religioso, y una breve reseña sellada en la pared, que afirma lo que en definitiva escuchamos siempre: que Dios era el centro del mundo, que el arte de aquella etapa estaba orientado hacia ese fin y las pinturas no saldrían demasiado de Cristo u otros íconos religiosos. Algunas esculturas se mezclan entre los numerosos cuadros. Al costado de cada obra, nombre y autor, no recuerdo si año. Una obra de realizador anónimo me llama la atención. ¿Cómo explicar su existencia? Me pregunto por el arte y su justificación histórica.
El enmarañado recorrido de paredes y contra paredes se despliega paralelamente a una delgada línea negra que establece la distancia entre el arte y el espectador. Apenas por encima unos dispositivos con luz roja parecieran ser los censores que controlan la peligrosa cercanía. De todos modos no me animo a comprobarlo.
Cada una de las salas cuenta con un empleado, que sentado en una silla a veces y otras parado controla el movimiento de visitantes. En la sala de esculturas me detengo a hablar con uno de ellos. Un hombre de unos 60 años, que trabaja en el museo desde que asumió su anteúltimo director ejecutivo, Jorge Benjamín Glusberg quien fue recientemente procesado por presuntas negociaciones incompatibles con la administración pública durante su gestión al frente del museo.
Sus declaraciones me sorprenden:
― Es un trabajo tranquilo, piense que yo ingreso alrededor de las 12 del mediodía hasta las 20. Casi tengo tiempo para leer un libro diario.
La charla no recoge demasiados datos más, el cuidador no presenta demasiado entusiasmo. Me alejo por uno de los pasillos pensando en el arte y la cotidianeidad. A mis costados algunos de los empleados empiezan a tomar posición de las escaleras. Charlan en medio de una informalidad que no esperaba. Hacen chistes, disfrutan de las vísperas del fin de semana que está por venir. Yo me pregunto que representará para ellos aquellos cuadros de Rubens o Kandinsky.
En el museo trabajan 180 personas entre empleados administrativos, de seguridad, de limpieza y guías de turismo que cumplen la carga horaria del personal del estado: 35 horas entre lunes y viernes. Los sábados y domingos son reemplazados por personal rotativo. Es por esto que el museo tiene una franja horaria para las visitas mucho menor a la de otros museos internacionales. Mientras el Museo del Louvre trabaja de lunes a viernes de 9 a 18, el MNBA lo hace de 12 a 20:30.
Por los altoparlantes comienza a hacerse explícita la intención de que abandone el establecimiento. Sin total seguridad creo ser el último de los visitantes. Solicito unos minutos más, aún no vi a Picasso.
Pabellón planta baja sobre el margen derecho. El sector es inaugurado con una breve reseña sobre el Simbolismo. Llegamos a la etapa de la abstracción, a aquel arte más difícil de observar sin caer en el lugar común del “esto lo puedo hacer yo”, como si el arte sólo fuera estilo y destreza, como si el arte no fuese una forma de intervención política. Pollock, unos cuantos artistas rusos cuyos nombres no recuerdo, y allí más atrás Picasso. En medio de un espacio sombrío, un silencio abismal, paredes y más paredes, obras y más obras, allí frente a “Una mujer acostada” sentí que presenciaba arte. Volví a pensar en ellos los empleados, y en qué pensarían cuando día a día transcurren esos laberintos.
Mi estadía definitivamente está terminada. Una señora de unos 45 años me informa personalmente el cierre del edificio. Recorro los últimos pasillos de vuelta hacia el hall central. Los empleados están en pequeños grupos esperando el fin de su agonía. Una vez afuera escucho una voz lejana
―La próxima vez no entran a esa hora, esto es un museo no un comercio.
Siete de la tarde, viernes, mi Buenos Aires querido es un verdadero hervidero de bocinas y smog. Una interminable cortina de autos se abre paso sobre la iluminada avenida Pueyrredón El trabajo quedó atrás y la idea de ir al teatro sigue sin convencerme demasiado.
― ¿A qué hora cierra el Museo de Bellas Artes?
Con un desgano llamativo la respuesta del quiosquero se demora unos segundos
― Ocho y media, pero apurate porque después de las siete y media estos vagos terminan el día
¿Cómo será el trabajo en medio de tanto arte?, veremos
Avenida del Libertador 1473, el edificio surge en medio de autos, árboles y una ciudad que como siempre parece estar de espaldas a su río. Entro por la primera de las arcadas, los motores empiezan a perderse: ahora si, helo ahí, “el arte”.
El Museo Nacional de Bellas Artes, establecido en su actual sede desde 1931, es el mayor reservorio del arte con mayúsculas de Argentina. Con 12713 obras, de las cuales sólo 700 son exhibidas el museo también es quizás el más importante de Latinoamérica.
Laberínticos caminos conducen por los diferentes períodos de la historia del arte argentino y universal.
― Mirá que el Museo está por cerrar- la señora rubia de la puerta parece indicarme sus ganas de que ya no esté allí. Por dentro se que tomé la mejor de las decisiones. La “hora pico” del MNBA ha pasado, y en el edificio sólo nos encontramos los empleados, yo y el arte. Me excuso alegando el horario de cierre publicado en la página web y comienzo mi recorrido. Soy observado con cara de pocos amigos. A mi izquierda se abre el ¿pabellón? correspondiente al arte medieval. Obras de carácter religioso, y una breve reseña sellada en la pared, que afirma lo que en definitiva escuchamos siempre: que Dios era el centro del mundo, que el arte de aquella etapa estaba orientado hacia ese fin y las pinturas no saldrían demasiado de Cristo u otros íconos religiosos. Algunas esculturas se mezclan entre los numerosos cuadros. Al costado de cada obra, nombre y autor, no recuerdo si año. Una obra de realizador anónimo me llama la atención. ¿Cómo explicar su existencia? Me pregunto por el arte y su justificación histórica.
El enmarañado recorrido de paredes y contra paredes se despliega paralelamente a una delgada línea negra que establece la distancia entre el arte y el espectador. Apenas por encima unos dispositivos con luz roja parecieran ser los censores que controlan la peligrosa cercanía. De todos modos no me animo a comprobarlo.
Cada una de las salas cuenta con un empleado, que sentado en una silla a veces y otras parado controla el movimiento de visitantes. En la sala de esculturas me detengo a hablar con uno de ellos. Un hombre de unos 60 años, que trabaja en el museo desde que asumió su anteúltimo director ejecutivo, Jorge Benjamín Glusberg quien fue recientemente procesado por presuntas negociaciones incompatibles con la administración pública durante su gestión al frente del museo.
Sus declaraciones me sorprenden:
― Es un trabajo tranquilo, piense que yo ingreso alrededor de las 12 del mediodía hasta las 20. Casi tengo tiempo para leer un libro diario.
La charla no recoge demasiados datos más, el cuidador no presenta demasiado entusiasmo. Me alejo por uno de los pasillos pensando en el arte y la cotidianeidad. A mis costados algunos de los empleados empiezan a tomar posición de las escaleras. Charlan en medio de una informalidad que no esperaba. Hacen chistes, disfrutan de las vísperas del fin de semana que está por venir. Yo me pregunto que representará para ellos aquellos cuadros de Rubens o Kandinsky.
En el museo trabajan 180 personas entre empleados administrativos, de seguridad, de limpieza y guías de turismo que cumplen la carga horaria del personal del estado: 35 horas entre lunes y viernes. Los sábados y domingos son reemplazados por personal rotativo. Es por esto que el museo tiene una franja horaria para las visitas mucho menor a la de otros museos internacionales. Mientras el Museo del Louvre trabaja de lunes a viernes de 9 a 18, el MNBA lo hace de 12 a 20:30.
Por los altoparlantes comienza a hacerse explícita la intención de que abandone el establecimiento. Sin total seguridad creo ser el último de los visitantes. Solicito unos minutos más, aún no vi a Picasso.
Pabellón planta baja sobre el margen derecho. El sector es inaugurado con una breve reseña sobre el Simbolismo. Llegamos a la etapa de la abstracción, a aquel arte más difícil de observar sin caer en el lugar común del “esto lo puedo hacer yo”, como si el arte sólo fuera estilo y destreza, como si el arte no fuese una forma de intervención política. Pollock, unos cuantos artistas rusos cuyos nombres no recuerdo, y allí más atrás Picasso. En medio de un espacio sombrío, un silencio abismal, paredes y más paredes, obras y más obras, allí frente a “Una mujer acostada” sentí que presenciaba arte. Volví a pensar en ellos los empleados, y en qué pensarían cuando día a día transcurren esos laberintos.
Mi estadía definitivamente está terminada. Una señora de unos 45 años me informa personalmente el cierre del edificio. Recorro los últimos pasillos de vuelta hacia el hall central. Los empleados están en pequeños grupos esperando el fin de su agonía. Una vez afuera escucho una voz lejana
―La próxima vez no entran a esa hora, esto es un museo no un comercio.
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